Wednesday, October 11, 2006

Compadre Lobo: Aventura y Lectura

Por Julio Ortega

Compadre Lobo (México, Grijalbo, 1977) es una novela que todavía espera una lectura que haga justicia a su estimulante convocación: es, precisamente, una novela sobre la lectura y, en primer término, sobre la lectura (paradigmática) de una novela arquetípica). No es casual que Compadre Lobo esté en su quinta edición: su legibilidad es a la par festiva y placentera. Pero es también apelativa: esta novela supone todo el tiempo la mirada de la lectura como su espacio generativo. Construye ella misma el movimiento de su recepción, que interroga, critica y fascina.

Gustavo Sainz ha escrito una novela que se propone como aventura (o sea, como vivencia original) la memoria formativa del grupo juvenil (o sea, materiales novelescos por excelencia). Construir sobre una tradición el rato de lo nuevo implica suponer en la lectura una complicidad. Y, en efecto, el lector reconoce la temática narrativa del aprendizaje del ritual adulto. Pero, al mismo tiempo, implica buscar en la lectura el recomienzo de aquella aventura de iniciación. La lectura reconoce su naturaleza en este ya ocurrir que acontece como lo nuevo. Por lo tanto, la complicidad del lector sostiene a la novela como acto: la novela proviene de una especie, aquella que ha contado y seguirá contando la búsqueda heroica del yo en una aventura antiheroica. Esta primera lectura, que es paradigmática, supone a una novela arquetípica. Este es el espacio mayor donde el texto se inscribe.

Pero el acto de la novela sólo parte de la conciencia de su linaje (la novela de educación, el retrato del artista adolescente, y las variantes posibles de esta figura abierta) para, en seguida, deducir y recortar de nuestra lectura su propia revisión de un espacio cambiante. El texto, por lo mismo, ya no requiere detenerse o abundar en el relato (en las biografías del drama del aprendizaje) y puede, en cambio, ganar su libertad combinatoria en el discurso (en las variaciones, en la simultaneidad, en el tiempo discontinuo); construyendo de este modo la forma polifónica (dialógica, memorialista, analítica) con que modifica y renueva a su familia de textos.

Ya en las primeras páginas de la novela, el narrador actor que recuenta y actualiza las aventuras del grupo, emerge a la superficie del texto y propone directamente su rol de escritor como decidido por la lectura. Dice: "Deben haber sido tres o cuarto metros, pero para Lobo era una distancia imposible de precisar -como la que hay entre quienes leen esta página y yo, que la escribo -, una distancia que de pronto ingresó en la esfera misma de su obsesión nocturna" (18). Declarar esa distancia es, naturalmente, empezar a abolirla: el narrador intruso nos propone, con su intrusión, que nuestra parte de evidencia (leer, asociar) es su parte de ficción (escribir, ser leído). El acto de la lectura es una metáfora del texto: la lectura ilustra, en este caso, una supuesta distancia en el relato para quebrar otra en el acto mismo de leer. Hábilmente, Gustavo Sainz no abusará de este recurso. Responsablemente, no se intentará con estas intrusiones poner en duda la información o dramatizarla; tampoco buscar efectos de mero ingenio formal. Más interesante, este narrador intruso es alguien que subraya (literalmente: aparece como un énfasis tipográfico, en bastardillas) su papel narrativo fundamental: escribir es también leer.

En efecto, el acto de escribir que este narrador subraya es el presente del texto haciéndose, la perspectiva del recuento, el espacio delimitado como exterior. Desde allí, el narrador recupera el pasado (truculento, febril, divertido) del grupo y la figura de Lobo (el héroe urbano y nocturno), declarando que no sólo es el cronista de esa existencia errática y genuina sino también su primer lector. Así, el narrador que es miembro del grupo (actor) se transforma en su cronista (autor) desde su papel recodificador (lector). La lectura múltiple que esta novela supone requiere, por ello, enunciar al lector desde el comienzo. Y si la lectura es el código de la novela, quiere decir que el mundo que ella reformula es un universo latente, en el cual el rol de los hablantes y el sentido mismo de la comunicación están por decidirse. O sea, el mundo es reciente: tiene la zozobra, y la frescura, de una lectura primera.

Pero la inclusión del lector es una distancia irónica (el lector acompaña al narrador en su trabajo) y de ninguna manera una identificación ilusionista (esta novela no busca hacer del lector un autor más: busca hacerlo un cómplice y, por eso, un actor de su aventura y lectura).
El mismo acto de narrar es un análisis, en primer término, del rol de testigo que ha asumido el narrador. “¿Qué es lo que sé de compadre Lobo realmente?”, se detiene a preguntarse, porque "mi vida en su compañía implica asombro, rencores, complicidad" (78). De esa identidad del uno en el narrar al otro, se deriva otra vuelta al presente de la escritura: "Este libro hablará de esa complicidad." La doble complicidad es, entonces, del "actor" en la experiencia vivida y del "autor" en la escritura exteriorizándose. "Pero no pretendo desenmascararme," concluye este actor narrador-autor: es en la escritura donde se irá a cumplir la conciencia de la identidad con su vitalismo dramático y su derroche jocoso. De aquí también el carácter de épica bufa que la escritura cultivará: su inmersión popular tiene el poder de lo específico, de lo material y sensorial. Y al mismo tiempo, en este contexto fecundo la novela introduce su variante temática: la formación, el aprendizaje, la socialización, son aquí atributos de la marginalidad; lo cual intensifica la densidad crítica que tienen los sentidos frente a las formas represivas y a las formas sometidas de la sociedad adulta. Este derroche de la marginación es, interesantemente, una reserva de la salud del sujeto, cuya libertad es también su inocencia. Así, la latencia del mundo reciente se proyecta como una virtualidad intacta.

Mientras reconstruye este mundo desenfadado en la “noche animal” el narrador se lee, y duda: “De pronto siento que estoy escribiendo un libro falso; que esas no eran las palabras, ni era precisamente la situación, y que mi impericia narrativa me lleva a buscar efectismos sin nombre. La escritura no es un reflejo de la realidad me leería años después un anciano librero . O es reflejo de la única realidad: los nervios...la escritura no es un reflejo nervioso.” (89). Lo cual supone que la lectura se independiza: se desplaza de la representación a la equivalencia. La “autocrítica” juega así a favor de la ficción, cuya raíz es una inmersión en esa zona desnuda de la psiquis señalada por la violencia y el juego del deseo. La intensidad y la agonía del deseo contaminan también a la lectura del narrador autor: “Amparo Carmen Teresa Yolanda era por lo general bella y apasionada, y su torso se abría ante mí blanco como esta página , y yo leía en los poros de su piel como en las letras de este libro” (112). Lectura doble: la memoria que emerge y la escritura que fluye. Ambas, en el deseo, identifican el cuerpo del placer con el cuerpo de la lectura. “Quiero leer en ella como en este libro” (149), anuncia el narrador, en las equivalencias ganadas por esta escritura liberadora.

La novela hará también de la lectura un pleno acto de voyeurismo. El narrador recuenta las relaciones clandestinas de su mujer, Amparo, y su amigo íntimo, Lobo. La historia de esta pasión está situada en una doble perspectiva: la del narrador, que reconstruye esta aventura desde el relato de Lobo; y la del lector, que la recorre de la mano del narrador lacónicamente situado en el lugar del lector. La destreza y versatilidad narrativas de Gustavo Sainz son aquí evidentes. Lo es también la intensidad del relato erótico, su plenitud y zozobra.

La agonía de decir es otra derivación del drama de leer / escribir. Está en la naturaleza del acontecimiento, cuya novedad demanda por una realización libre y plena. Leemos: “A veces llegábamos a pensar que si pudiésemos decirlo todo seríamos totalmente incomprensibles” (149). Porque el recuento sólo puede, al final, dar testimonio de la ocurrencia fragmentada, y deducir en ella una plenitud posible. Por eso, la posibilidad de decir es connatural a la posibilidad del deseo, del vivir libre que los jóvenes insumisos se proponen. La escritura se abandona al decir para ampliar el vivir: el habla popular callejera, con su juego y su materialidad carnavalesca, sugiere esa ampliación, esa tensión. De tal modo que el relato de lo vivido es la crónica de lo escrito: “Caminan los dos, Lobos detrás, un poco ajenos a este texto que intenta rescatar sus toscas maldiciones, su espontánea sublevación, su irrupción en mitad del mediodía. Pretenden rugir pero guardan silencio. Caminan agitados como dos piojos que huyesen febrilmente por los renglones de este libro que habla de ellos” (145).

Es por esta identidad entre el mundo representado en su recomenzar libre y la escritura de un texto haciéndose, que los personajes ganarán a la vez su identidad al descubrir la pintura (Lobo), la escritura (el narrador), la pasión (ambos y Amparo); y, además, la historia colectiva (el movimiento estudiantil) que a su vez los descubre. La aventura del aprendizaje, de la identidad, es un recomienzo radical del mundo en la integridad del sujeto y su deseo. Se pregunta, y se responde, el narrador: "¿Sería Lobo un verdadero creador? Digamos que el término parece muy fuerte, muy cargado de ideas recibidas y mal controladas, y, además, muy pretencioso. Y a pesar de eso había que crearlo todo, nuestros deseos y miradas, todo" (209). Esta zona de lo nuevo (esta necesidad de empezar en el cuerpo, en el deseo) es el origen del relato (la historia del aprendizaje) y del mismo discurso (la aventura del texto y su pluralidad fecunda). Los dramas y la plenitud de la identidad son una fuerza del cambio ( “El mundo como estaba no era respirable”); y, al final, una potencialidad del “no saber” que se probará en el saber desgarrador, imprevisible, de la historia: “No sabíamos que sin esa manifestación silenciosa no habría comunicación de ninguna clase, ni poética, ni pictórica, ni musical, ni política, ni económica, ni generacional, ni amorosa, cesarían el pensamiento y la palabra” (369 y 370). En la expresión colectiva (en las marchas de estudiantes que protestan y que pronto serán masacrados) está la plenitud de esa identidad como comunicación que recomienza, como decir suficiente. Aquí culmina el aprendizaje, la formación, la aventura. Las evidencias son ahora lacónicas y conclusivas: “No sabíamos que escribir sería nuestra oportunidad de pensar carnalmente” (371). La letanía del “no saber,” en estas páginas finales, suma las evidencias ganadas del nuevo saber. La novela concluye en otra lectura: la irrupción de la historia devuelve al lector a su propio saber. Allí termina esta lectura y empieza otra.

Compadre Lobo nos propone, en última instancia, una aventura en la formación de su lectura. Desde la lengua triunfalmente oral hasta el humor de la fiesta nocturna y la escritura celebratoria, esta polifonía cómica y crítica, dramática y paródica, es una ocurrencia plena del narrar y una experiencia gratificante del leer. Al configurarse como lectura original, y al proponernos un rol articulador de esa formación que promete sostener su libertad irrestricta, esta novela, además, abandona el repertorio narrativo y la percepción codificada de lo que se ha dado en llamar “la nueva novela hispanoamericana” y que ha venido reproduciendo su virtuosismo técnico sin su fuerza creadora inicial. Más bien, esta novela de Gustavo Sainz anuncia otro movimiento, libre ya de la tecnología modernizante de aquella corriente. No en vano Compadre Lobo evoca la sensorialidad cómica de Luis Rafael Sánchez (La guaracha del Macho Camacho) la densidad de lo específico que distingue a Antonio Skármeta (Soñé que la nieve ardía), la indagación de la percepción crítica y festiva de lo popular que Gregorio Martínez (Canto de sirena) y no pocos narradores hoy reinician. Una escritura liberadora, antirrepresiva, restauradora de lo cotidiano y lo específico parece, así, configurarse como el recomienzo de una lectura de lo nuevo en América Latina.

Este artículo fue originalmente publicado en Cuadernos hispanoamericanos 381 (1982): 672-676.

Compadre Lobo de Gustavo Sainz: Un Estudio del Impulso Creativo

Por Joel Hancock

Durante los últimos treinta años la creatividad ha sido objeto de considerable estudio. Investigadores de una gran variedad de disciplinas académicas han estado tratando de medir, probar, e incluso, de dar con métodos que permitan un estudio de la creatividad. Se ha empleado mucho tiempo y esfuerzo en definir este fenómeno , y se han formulado varios sistemas de análisis. Han surgido varios acercamientos teóricos a partir del psicoanálisis, la “auto-realización”, y otros conceptos humanísticos, teoría de las características, puntos de vista “holísticos” o de Gestalt, y doctrinas de los procesos de asociación, por nombrar algunos. La creatividad también ha sido ampliamente estudiada desde los géneros literarios: Proust, Gide, Hesse, Mann, Lawrence, Joyce, Wolfe, Maugahm, Cortázar, y Sábato son algunos de los muchos autores que han escrito acerca de las personas creativas. Una nueva adición a esta lista es la reciente obra de Gustavo Sainz, Compadre Lobo (1978), una novela que podría llevar como subtítulo “un retrato del artista como hombre joven.” Partiendo de algunas de las teorías que surgen de los varios acercamientos a la creatividad, este estudio se concentra en el protagonista de la novela, prestando especial atención a su personalidad y desarrollo como artista.

Compadre Lobo se centra en la vida de un hombre joven y su evolución hacia un pintor prometedor. Estructuralmente la novela se divide en nueve partes principales, y cada una de ellas contiene una sucesión de episodios y escenas que tratan de la vida y los amigos del personaje principal. Este es conocido por el lector únicamente por su apellido, Lobo. De un modo aproximadamente cronológico, se presentan los momentos clave de la vida de Lobo: su infancia, adolescencia, temprana madurez, y, especialmente, su iniciación en el mundo de las Bellas Artes. Su despertar artístico comienza en su infancia cuando pintaba historias grafitti que aparecían en las paredes del baño del colegio donde estaba interno. Pronto se gradúa y crea tarjetas para el Día de la Madre, piñatas, marionetas y, además, reproduce y restaura objetos indios robados. Su gran talento le lleva a entrar de aprendiz en la Escuela Superior de Arte Aplicada, y a guardar sus trabajos en una carpeta impresionante que revisa nada más y nada menos que Francisco de la Maza, el cual reconoce inmediatamente su genialidad: “La verdad es que he visto mucha pintura de jóvenes artistas, y estoy seguro de que usted va a ser un pintor verdaderamente grande...” Su trayectoria artística culmina al final de la novela con la primera exposición de Lobo, con una inauguración a la que acuden importantes críticos muy influyentes en el mundo de la prensa.

Los incidentes en la vida de Lobo que se subrayan en la novela no se limitan a actividades de naturaleza únicamente artística. Lobo es presentado en su ambiente familiar y social. Viene de una familia de clase media trabajadora, y él mismo se pregunta qué futuro le espera: “Trabajaría como un obrero. O en una oficina” (82). Está rodeado de proletarios, sus parientes son porteros, músicos de mariachi, carpinteros y agentes de tráfico: sus amigos son mecánicos, boxeadores, o paseantes sin más, muchos de los cuales tienen nombres de animales: Mapache, Ratón, Ganso, Marrana, Sapo, El Chita. Este contexto socioeconómico contribuye al desarrollo de su creatividad. En un estudio de niños de distintas clases sociales, Frank Riessman dedujo que: “hay mayores signos de creatividad o de potencial creativo en niños de clases sociales desfavorecidas que en niños de la clase media”. El desarrollo de Lobo en su ambiente familiar también favorece esta visión de la formación de la creatividad o el potencial creativo: él es el más joven de siete hermanos: su padre, un maestro, murió en un accidente de tráfico: y el amor que le profesa su madre, según parece sugerir el texto, raya en lo incestuoso. Freeman, Butcher y Christie, en su capítulo sobre “El hogar de la persona creativa”, citan un estudio sobre el orden de nacimiento que describe al benjamín como el más solitario y aislado de los hijos. Esta opinión se expresa explícitamente en la novela: “El séptimo hijo varón es siempre un hombre solo” (65). Los psicólogos anteriormente mencionados se refieren también a un estudio que demuestra que las personas creativas, científicos eminentes en este caso, tienen a menudo madres posesivas y muy poco contacto con sus padres.

Las amistades juegan un papel importante en la formación del carácter. Lobo y sus colegas vagan por las apelotonadas vecindades de la ciudad de México. Sus escapadas les llevan a los bares, los cabarets, salas de fiesta y burdeles de un número de distritos “rojos” de la ciudad. Las inocentes bromas prácticas y trastadas de la juventud se convierten en fechorías más serias, algunas de ellas claramente son actos criminales. Lobo conduce a su banda a disputas callejeras, pequeños robos, y actos de vandalismo, y a menudo su delincuencia termina en la comisaría de policía. De hecho, Lobo es encarcelado por fraude, esta experiencia le perseguirá años más tarde. La bebida ocupa gran parte de su tiempo y, como uno de los personajes observa, la bebida determina su carácter: "somos lo que bebemos” (123).

La inmadurez y ñoñería de Lobo que se demuestra en su continuo conflicto con los adultos, su anticonformismo y rechazo de la autoridad y de las convenciones, son características que se manifiestan típicamente en personas creativas. En estudios realizados por el Instituto para el Estudio e Investigación de la Personalidad de la Universidad de California, Frank Barron notó que las personas muy creativas “obtenían menos puntos en el cuestionario de Psicología de California en las categorías de sociabilidad, auto-control, deseo de crear “buena impresión” y logros a través del conformismo social.” Del mismo modo, un estudio de las personas creativas llevado a cabo por R. Taft indica que “consiguieron una puntuación significativamente más baja en medidas de responsabilidad social... y los resultados de sus pruebas sugieren que son anticonvencionales hasta el punto del anticonformismo radical.” En otro estudio de artistas creativos, Cross, Cattell, y Butcher concluyeron que los sujetos “puntuaron considerablemente menos... en medidas de preocupación moral, indicando que estas personas estaban menos sujetas al estándar de moralidad convencional…y menos controlados por reglas y regulaciones.”

Otras investigaciones revelan que las personas creativas puntúan altamente en índices de funcionamiento psicopatológico. Los artistas con altos índices de comportamiento psicótico son con frecuencia personas difíciles, agresivas, y hostiles. Estos resultados podrían describir a Lobo, cuyo comportamiento es repetidamente violento –una las manifestaciones más extremas de psicoticismo. Es muy significativo que Lobo se asocie a sí mismo con la película Rebelde sin causa, la cual ha visto cinco veces. La estrella de cine, James Dean, es su héroe además de modelo. En una ocasión la película le inspira a Lobo y sus amigos a considerar dedicar una tarde a destruir:

Salimos del cine muy excitados, ardiendo en deseos de golpear, vejar a cualquiera, de reír después de destruir cualquier cosa. Caminamos sin rumbo fijo y sugiero volver a la librería. Tenemos que saquearla, destrozar el mostrador, incendiar los estantes, golpear al joven, pisotear los anteojos del viejo. (74).

Muchas de las páginas describen a Lobo involucrado en peleas callejeras y disputas de bares: sus ataques son fieros, y, por otra parte, él es también brutalmente atacado. La dureza y la fuerza son normales en su barrio. La violencia está presente en su propia familia –ambos su padre y su abuelo hacían uso de navajas y hachas en sus peleas. Cuando eran niños Lobo y sus amigos jugaban con violencia, decapitando a pollos como un pasatiempo, y metiéndose en peleas absurdas. Incluso la ternura y el afecto toman dimensiones violentas. La relación de Lobo con la mujer que ama tiene tonos sádicos. Una de las escenas más sangrientas que recoge la novela es la escena de cómo Lobo toma consciencia de sus sentimientos profundos hacia la mujer de la que ha abusado salvajemente:

Pronto era un bulto desgreñado e inconsciente y Lobo empezó a acariciarla y desvestirla. Lentamente sin ruido fluía la sangre, desarreglados los músculos faciales. Lobo se recostó a su lado tremendamente conmovido, pero también receloso e irritado. Empezaron a despejarse sus ilusiones y a desvanecerse su fiebre... Erguía su deseo por esa mujer contra el deseo que le despertaban otras mujeres, destinadas siempre a decepcionarlo. Ese cuerpo desguanguilado ponía su amor a la altura de lo irremediable (281-82).

Estas acciones podrían ser claramente tachadas de psicóticas. El comportamiento de Lobo ilustra la siguiente descripción de las personas que puntúan muy alto en la medida de psicoticismo de Eysenckn y que consiguen logros artísticos:

Son con frecuencia personas difíciles, que no encajan en ninguna parte. Pueden ser crueles e inhumanos, sin ningún sentimiento o empatía, y en conjunto insensibles. Son hostiles con los demás, incluso hacia los que son como ellos, y agresivos incluso con los seres queridos. Les trae sin cuidado el peligro. El psicoticismo no puede ser interpretado sin considerar otros aspectos de la personalidad. Una persona que consigue una puntuación alta en psicoticismo y que tiene mucho talento, puede por su propia originalidad y sus respuestas asociativas nada comunes, llegar a un nivel de genialidad en las letras o en las ciencias.... La visión de la creatividad y la originalidad como aliadas de la locura nos remite hasta Aristóteles, y no ha cambiado mucho desde entonces.

Hay otras dimensiones de la personalidad de Lobo que se pueden unir a su impulso creativo. El es, sobre todo, un individuo solitario, un Lobo Estepario de Herman Hesse, que tiene angustia y miedos, y que experimenta el vacío y la alienación. Lobo es querido por sus seguidores que lo ven como el líder, pero él dirige su carisma para ayudarse a sí mismo a escapar de sus propias ansiedades: “Imponía siempre su voluntad, elevándose sobre la angustia por la ligereza del cinismo y la pureza de su risa” (154). Aún así, nunca se identifica con sus amigos. Desde que era muy joven Lobo se dio cuenta que era diferente de los demás: “A veces sus amigos le resultan extraños, desconocidos. Entonces invocaba recuerdos para descargar el peso de esa angustia. Y los recuerdos eran la desgracia de su pensamiento” (15). “Lobo era angustia, era sudor, era súplica, era guerra, era locura” (238). El es un libro existencialista, que busca algún tipo de significado o sentido y sólo encuentra la nada: “Reconocer, desconcertado y vacío que estaba cerca de la nada. Nada” (41). La idea de la muerte entra en su mente, e incluso el acto de pensar se convierte en una fuente de miedos: “No sólo tenía miedo de pensar, sino que él mismo era miedo, es decir, la irrupción de lo que surge y se revela en el miedo. De manera que esos árboles y esas casas todavía estarían allí cuando él se desluciera en el intangible polvo” (15-16).

Lobo tiene una salida, un consuelo en su soledad y aislamiento, un refugio para su creatividad: la noche. Mientras que él no se puede relacionar directamente con sus amigos, sí puede, sin embargo, identificarse con la noche, elemento que es tratado en la novela como si de un personaje poderoso y misterioso se tratara. La noche es cómplice de los pensamientos y acciones de Lobo. Puede asimilarlo y dominarlo, los ritmos de la noche parecen absorberse y diluirse en su sangre. La noche le brinda a Lobo la oportunidad de descubrirse a sí mismo y “comunicarse con lo desconocido de sí mismo” (13), un paso muy importante en el proceso creativo. Su impulso artístico se agranda con los pasos hacia la autoliberación que la noche le fuerza a tomar. Tan íntimo es el lazo entre Lobo y la noche que su identificación sugiere una fusión, una unión que se asemeja a la mística noche oscura del alma: “A ser, él mismo, noche”(41); “A incorporarse a la noche” (16). Lobo resume su relación espiritual y la une al vacío que siente en su vida: “Sólo podía optar por fraternizar con la noche, ser noche en la noche, acometer con las tinieblas del cuerpo velar el vacío que le nacía en mitad del pecho” (364).

Sin embargo, como esta expresión de vacío personal sugiere, la influencia de las fuerzas nocturnas no es exclusivamente benigna. Las tendencias psicóticas de Lobo se reaniman. La noche anima su hostilidad y le lleva a hacer el mal: “¿eran secretas maquinaciones de la noche los que lo llevaban hacia la decadencia y el mal?” (13). Sus miedos e inquietudes se intensifican por la noche, así como sus sentimientos de violencia. La noche le urge a la consumación de sus instintos de lujuria, de tal manera que Lobo está convencido de que es incapaz de amar. Está forzado a dudar de sí mismo, y esto amenaza con “hundirlo en el absurdo” (232). Para Lobo, la noche no solamente es la puerta hacia la vida, sino también el reflejo del intenso deseo de morir profundamente arraigado en su interior: “Piensa en una noche en que del fondo emergerá la imagen de la muerte, esa señora blanca, esperada, deseada, consoladora” (157).

Estos sentimientos nihilistas, de auto depreciación, soledad, aislamiento, y vacío son a menudo considerados por los investigadores como características de los individuos creativos. Existe gran documentación que demuestra que es “muy común encontrar en estas personas la autodefinición del solitario, el luchador malinterpretado...” En el laboratorio para el Estudio Psicológico de las Vidas, Frank Barron investigó las memorias de la infancia de los escritores creativos y recogió sus datos mostrando que “de niños estos escritores se sentían aislados, altamente sensibles, y a menudo infelices.” Más aún, psicólogos con tendencias existencialistas teorizan que el esfuerzo creativo es una salida por la que mucha gente superar la alienación y la falta de sentido: “algunas personas son empujadas hacia el trabajo creativo... para evitar la alienación... ese sentimiento de separación del mundo e incluso de uno mismo. Para decirlo de un modo dramático, esta búsqueda de significado es la manera que los seres humanos tienen de evitar el suicidio... El mejor antídoto para la alienación es el comportamiento creativo”.

Todas las opiniones profesionales que se citan en este ensayo definen el desarrollo de Lobo como artista. Su impulso creativo viene determinado no sólo por su talento, sino también por el impacto del mundo que le rodea, su familia y amigos, las consecuencias de las experiencias que él vive, y el efecto de ciertas características o rasgos de su personalidad. Los conflictos neuróticos de Lobo son una fuente para su creatividad. Desde que era muy joven sus luchas y frustraciones le llevan a encontrar expresión en la creación artística: “Quería afirmarse en el mundo: alcohol, toda clase de excesos, éxtasis. Iniciar una avasalladora búsqueda de lo verdadero”(66). Su producto artístico es su autobiografía, una expresión de su esencia, la totalidad de su ser: “Asumir el papel de pintor, hacer suyos todos sus problemas y toda su condición humana” (361). El desarrollo de Lobo como un artista se adhiere de cerca a la definición de Carl Rogers del proceso creativo como “el nacimiento de un novedoso producto relacional, que crece de la exclusividad del individuo por un lado, y también de los materiales, hechos, gente, o circunstancias de la vida.”

Margaret Gilchrist, La psicología de la creatividad ( Melbourne, Australia, 1972), 10-18. La profesora Glichrsit discute algunas de las interpretaciones más sobresalientes en su capítulo “Definiciones de creatividad”.
Véase Irving A. Taylor para una descripción y evaluación de estos acercamientos teóricos a la creatividad. (“Una visión retrospectiva de la investigación de la creatividad”, en Perspectivas de la creatividad, ed. Irving A. Taylor y J.W. Getzels. Chicago: 1975: 4-12).
Gustavo Sainz, Compadre Lobo. México, 1978. Referencias posteriores a este texto se citarán en el ensayo entre paréntesis.
Frank Riessman, citado en Irving A. Taylor, “Una nueva visión sobre las actividades creativas”, en Perspectivas de la creatividad, .298.
James Freeman, H.J. Butcher, y Christie, La creatividad: Selección de estudios (Londres, 1968: 62).
Freeman, Butcher, y Christie, 65.
Frank Barron, La persona creativa y el proceso creador, Nueva York: 1969. Citado por Gilchrist, 67.
R. Taft, “Examen psicológico y actores profesionales y de profesiones relacionadas”, Monográficos de psicología genética, 64 (1961): 309-83.
P.G. Cross, R.B. Cattell, y H.J. Butcher, “Modelo de personalidad de los artistas creativos”, Periódico británico de psicología educativa, 37 (1967): 292-9.
Gilchrist, 71, cita los resultados e un estudio en el que “escritores creativos y arquitectos parecen consistentemente mostrar un comportamiento más psicopatológico que los demás artistas más representativos de su profesión. El escritor creativo medio, en realidad, está en el 15 por ciento más elevado de la población general en todas las medidas de psicopatología que mide este test”.
Karl Otto Götz, “Características en la personalidad de artistas famosos”, Habilidades perceptivas y motoras, 49.3 (1979), 919. Estas conclusiones se derivan de la puntuación del Cuestionario de Personalidad Eysenck.
Götz and Götz, 921-922.
La novela comienza y termina con descripciones del poderoso impacto que la noche tiene en los personajes. La noche tiene también una función estructural muy importante en la novela: a lo largo de la obra muchos de los fragmentos episódicos empiezan con “una noche” o “otra noche”.
Salvatore R. Maddi, “The Strenuousness of the Creative Life”, en Perspectivas de la creatividad, 183.
Frank Barron, “La soledad del yo y su mitigación a través de la imaginación creativa”, en Perspectivas de la creatividad, 151. Barron cita otros estudios que llegan a conclusiones semejantes.
Maddi, 184-85.
Para una mayor indagación en este tema, ver Ernest A. Hilgard, “Creatividad y solución de problemas”, en Creatividad y su desarrollo, ed. Harold H. Anderson (Nueva York,1959), 162-80.
Discutido por Gilchrist, 38.
Carl Rogers, “Hacia una teoría de la creatividad”, en La creatividad y su desarrollo, 71.



Traducido por Ana Sánchez
Publicado en Revista canadiense de estudios hispánicos 7.2 (1983): 291-296.